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Don Aníbal Carlo es el hombre más feliz del mundo cuando está frente al nicho de los Reyes que lo ha acompañado por más de 80 años. Su hija Annelie, junto a él, se siente muy comprometida con seguir la tradición de la promesa. / Foto por: Millie Reyes |
Delia Rivera
¿Quién dijo que las tradiciones navideñas en Puerto Rico se perdieron? Si piensa así, dé una vuelta por algún pueblo del interior de la Isla, como Las Marías a finales de diciembre o en enero para que, además de disfrutar de un panorama montañoso de mil verdes, viva lo que es la verdadera alegría y la fe que empuja la celebración de las promesas de Reyes.
Porque no se trata sólo de la alegría propia de la época. Lo que más impresiona es el respeto al contenido religioso, la certeza de una luz que alumbra el camino para superar la adversidad, el amor por la tradición que trasmiten las familias generación tras generación.
Con un ejemplo basta: la familia Carlo Rivera en el barrio Maravilla Este de Las Marías, en el oeste del país. Ésta lleva 81 años celebrando, o pagando -como prefieren llamar- una promesa que se envió por la salud de Aníbal, quien a los siete años cayó en una carbonera y sufrió serias lesiones en una pierna. Su madre, dona Juanita, desesperada y con una confianza abosluta en los Reyes, les pidió a éstos por la salud de su hijo y a cambio ofreció cantar aguinaldos de casa en casa el resto de su vida el día de Navidad. Y el niño abrazó igual este compromiso de vida.
Hoy, Aníbal tiene 88 años y está incapacitado por un derrame cerebral. Pero nada parece haber cambiado en su corazón. Su rostro se ilumina, una gran sonrisa se dibuja en su boca y sus ojos se abren grandes cuando le colocan enfrente el viejo nicho con los Reyes que ha recorrido los pueblos vecinos por ocho décadas. Emocionado, lo abraza y lo besa, mientras le pide a sus familiares que entonen un aguinaldo. Sus deseos son órdenes y, como un manantial, se derraman los versos. El marieño, que habla con alguna dificultad, pide música y llega el bombo, que toca su hija.
Los Reyes, en plena tarde de octubre, encienden la devoción de los Carlo Rivera, fe que, para ellos, también está ligada a la Segunda Guerra Mundial.
Cuando el joven Aníbal y su hermano partieron al conflicto bélico, doña Juanita pidió a los Reyes que sus hijos regresaran sanos y añadió a la promesa original dos días de aguinaldos por las calles. El pacto religioso también incluye aguinaldos el Día de Reyes en su casa y rosarios cantados el sábado después de la Epifanía. Cuenta su hija Annelie que la promesa se ha pagado ininterrumpidamente por todos estos años, pero los tres días de aguinaldos por el vecindario se redujeron a uno cuando don Aníbal no pudo caminar, a causa del derrame ocurrido en el 2005.
“Ni mis hijas ni yo concebimos una navidad sin la promesa”, subraya Annelie, quien es abogada allí en el pueblo de la china dulce. Para definir la trascendencia del compromiso familiar, dice que su padre “es otra persona cuando está frente a los Reyes”.
La magna actividad se centra el 6 de enero, cuando el hogar de los Carlo Rivera, que se yergue solitario en una montaña con una vista espectacular, recibe a cientos de personas de toda la Isla, entre las 12 del medio día y las 12 de la noche. Ese día se cantan 50 aguinaldos con versadores de Las Marías, Mayagüez y Cabo Rojo. Días antes, se preparan comidas, que naturalmente incluyen lechón asado -lo compran en Lares-, y otros manjares de la mesa típica puertorriqueña, que se consumen en los recesos, entre aguinaldos. Sólo un requisito ocupa la prioridad de esta familia: mantener el espíritu religioso de la promesa. Frente al altar, donde se colocan los Reyes, no se puede comer, fumar, beber, hablar ni aplaudir. “Aquí no se baila ni se permiten aguinaldos de doble sentido o que no respeten a los Reyes”, dice Gergel Torres, concuñado de don Aníbal y organizador de la celebración. Gergel, quien reconoce que no creía en los Reyes hasta que se unió a esta familia, también pone el orden en otras promesas vecinas.
Porque ve mucho fervor, este devoto de los Reyes, descarta que la tradición esté en picada, todo lo contrario, cada día hay mayor entusiasmo, incluso en los versadores, afirma. Aunque hay que pagarle a los músicos y la actividad resulta costosa por la gran cantidad de preparativos que conlleva, Annelie dice que no piden dinero, si lo brindan lo reciben, pero en tiempos difíciles han tenido que hacer préstamos para preparar el acto. Pero no lo lamentan, al contrario, lo ven como un gesto de amor.
Al norte de Las Marías, en el barrio Puertos de Camuy, la familia de Florencio Cabán, destacado tallador de santos, celebró la promesa o velorio de Reyes desde la primera década del 1900, cada 5 de enero. Tras la muerte de don Florencio, su hija Senia continuó la tradición hasta 1977, cuando el municipio pidió permiso para celebrarla como una fiesta de pueblo. La actividad, según Sonia Concepción, relacionista público de la ciudad romántica, inicia con una misa jíbara en la parroquia y luego, en la plaza, se toca música típica, en honor a los Reyes, quienes son personificados. La fiesta, que incluye artesanías y quioscos de comida típica se extiende hasta las 12:00 de la noche. En esta etapa, no se cantan rosarios.
Y la falta de cantadores de rosarios es una de las dificultades más notorias para continuar con la tradición de los velorios de rosarios, de acuerdo con la tesis “Promesa de Reyes en tres barrios del oeste de Puerto Rico”, de Edna Ramírez González, para el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.
La tradición de la promesa entre el campesino boricua, que ofrece un sacrificio a cambio de un favor divino relacionado por lo general con la salud, tiene su origen en la colonización española. Más aun en los viajes de Cristobal Colón. Relata Ramírez en su investigación que cuando los tripulantes de las naves colombinas enfrentaban algún peligro, temerosos hacían invocaciones y promesas a la divinidad por su salvación. Pero los indígenas también alababan y prometían a sus dioses. De modo que esa herencia, rica en espiritualidad y afán por un bienestar que sólo podía ser provisto por un origen divino, germinó en los campos boricuas, e invadió la celebración del velorio de rosario cantados. La solemnidad, junto con la oportunidad del disfrute poco conocido en medio de la pobreza material, sazonaba la celebración anual.
Durante el pago de la promesa, la talla de los Tres Reyes, en madera, se coloca en el centro del arco levantado en una mesa, que sirve de altar. El arco se adorna con helechos y flores de la época, nada artificial. Los cantadores se sientan en pareja (hombre y mujer) frente al altar y uno de ellos los guía. En medio de los rosarios, que se extienden por toda la noche y no se acompañan con música, se suelen cantar aguinaldos, platicar y comer.
Por Delia Rivera
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