|
El Mangle Rojo generalmente es la especie que se encuentra en la parte exterior de las franjas del manglar y en los bordes de los canales. / Foto por: Efra Figueroa |
Además de cazar aves, en este bosque de mangle, con una extensión territorial de 1.7 kilómetros cuadrados, es hábitat de un sinnúmero de especies costeras y marinas que atraen a cientos de usuarios y de visitantes a los predios. Aunque el propósito del mismo es la restauración y la conservación del ecosistema para las aves acuáticas y los recursos pesqueros, el Refugio es espacio óptimo para la recreación al aire libre.
Éste posee dos veredas en dirección opuestas que parten de un área común que funge como vestíbulo verde donde se empiezan los recorridos. La caminata, en vía hacia la vereda principal, se inicia en un tablado de madera, y es la espesura del mangle rojo o tal vez un yaboa en la baranda quien da la bienvenida.
Al llegar a la senda de tierra, las vibraciones de las pisadas les anuncian a los miles de cangrejos en ambos lados, la cercanía de otro organismo. En efecto dominó, con cada paso, los cangrejos o jueyes (especie protegida) se refugian en sus cuevas. Sin lugar a dudas, este espectáculo es un atractivo recreativo. Pero esta vereda ofrece más alternativas de recreación, como son:
1) los gazebos para pasadías,
2) dos muelles para la pesca recreativa y
3) un muelle en la Laguna Rincón, donde se avista la Sierra Bermeja, por un lado y el balneario de Boquerón, por otro.
La sombra del manglar y su vegetación costera, a cada lado de los senderos, hacen placenteras las caminatas o bicicletadas recreativas que, a su vez, abren espacio para actividades simultáneas como la contemplación de la naturaleza, la fotografía, el ejercicio, la observación de aves en conjunto con otra fauna y flora.
La recreación activa no se queda atrás. El ciclismo es parte de la cotidianidad del Refugio. En manada, o individualmente, los ciclistas de montaña atraviesan la vereda principal como parte de una ruta más extensa que incluye el Refugio, la Garza y Monte Carlo, en El Caño, una comunidad aledaña. La otra vereda es menos transitada por ser más corta, pero goza de las mismas recreaciones al aire libre e incluyen el “blind” utilizado como mirador para la observación de aves.
Este manglar, además, funge como aula magna natural. Aquí las personas aprenden del ecosistema costero mediante la integración directa y educativa del apéndice en el medioambiente. Esta experiencia educativa se puede lograr individualmente, aunque el Refugio ofrece recorridos guiados con el biólogo del área para grupos interesados. De tal modo, lo observado se complementa con una explicación científica de los procesos naturales y sociales que convergen. Es así que estas áreas protegidas, dotadas de vida, permiten un espacio de relajación y de actividad que encaminan al bienestar físico y educativo, entre mangles.