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Meteoro y Covadonga

Frente al espejo del ropero, Millo se ajustaba el lazo de la corbata.
–Meteoro, Covadonga, desempolven sus caparazones, hoy tenemos una cita en las carreras.
Tras el cristal de la pecera, Meteoro y Covadonga miraban divertidas a su dueño.
–Hace mucho que no reímos muchachas, ya es hora de volver a empezar.

Anoche Millo no soñó con Esperanza, la soñaba todas las noches, llevaba 39 días soñando con ella.
Hacía dos meses que Esperanza había muerto y anoche, víspera de su aniversario de bodas, Millo soñó el cuadro perfecto. El poolpote, la trifecta, la dupleta, todo. Recta a recta, carrera tras carrera, las combinaciones ganadoras galopaban en su cabeza como en una colosal ecuación cósmica. El cielo era la pizarra y la tiza sus estrellas. Millo había despejado la incógnita.

El Jurado Hípico clasificó la condición de la pista como ligera para la tarde de hoy. El poolpote de 14 millones, promesas, tumbas, altoparlantes, potrancas, apostadores... Por la mañana, Millo se sintió aliviado, comprendió que pronto volvería a ser feliz.
Cuando su novia Esperanza le hizo elegir entre ella y los caballos, Millo la eligió a ella. Adoraba los caballos, las apuestas y las tardes en el hipódromo, pero se había enamorado al instante y hasta el tuétano.

En el hipódromo, algunos observaban extrañados a aquel hombre elegante y a sus dos pequeñas tortugas. El sol marcaba las dos y media en la pista, los apostadores cerraban sus cuadros con la infatigable esperanza de los que no se acostumbran a perder; entonces, Millo abrió su cerveza y bautizó el agua de las tortugas.
–Salud, dijo, dando un largo trago. No bebía desde que murió su mujer, no le gustaba beber solo.
Esa tarde era diferente, esa tarde bebía con Meteoro y Covadonga, había regresado al hipódromo y en su cabeza tenía seis ganadores. Millo había prometido a su mujer que no volvería a jugarse el dinero en los caballos, durante 40 años cumplió la promesa, jamás tuvo tentación de apostar.
–La quería demasiado, Meteoro–, decía mientras apuraba su cerveza.

Las primeras planas del día siguiente mostraban a un sonriente hípico posando con un cuadro multimillonario, el único ganador del poolpote. Nadie prestó atención a una pequeña noticia oculta en las páginas interiores, un anciano hallado muerto en su cama, no presentaba signos de violencia, en una mano tenía la foto de una mujer y en la otra un cuadro hípico que no había sido sellado. El rostro del anciano esbozaba una sonrisa perfecta.

Por Kike Ramal

Más en la edición #1 de alterNativo©.