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  POR LOS PUEBLOS / COMUNIDADES
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A la conquista del espacio público
De izquierda a derecha: las estudiantes Llorelys Martínez, Lugarda Vega y Alberto Fernández, junto al profesor y director del Taller, Elio Martínez Joffre (en el centro), evalúan una propuesta en torno al Museo Casals. / Foto por: Ricardo Alcaraz

Es fácil saber el trabajo que tiene el arquitecto Elio Martínez junto a los estudiantes que se atreven a integrarse al Taller de Diseño Comunitario de la Escuela de Arquitectura del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR). Y es fácil porque sólo basta observar la sede del taller, repleta de planos, maquetas y proyectos que han llegado a las manos de estos alumnos que, como el profesor, ven la arquitectura como un “proceso” y no como un “producto”.

La opción no es tan fácil considerando los tiempos. Pero ellos están ahí. Martínez, por ejemplo, coordina, analiza y da el visto bueno para los trabajos que presentan sus estudiantes y que, a diferencia de la oportunidad que tienen en la universidad, aquí pueden verlos en concreto, levantados en alguna comunidad, alguna escuela o algún lugar cuyos habitantes acudieron a ellos para vivir mejor.
Para el arquitecto fundador, Edwin Quiles, “el taller es una iniciativa que une (a) la academia y a las comunidades en la búsqueda de soluciones, haciendo que la arquitectura sea accesible a los que no pueden pagar por ella”.

Así, el Taller de Diseño Comunitario ha trabajado en la investigación, el diseño de instalaciones, planes de desarrollo y otros servicios “para más de 30 iniciativas comunitarias, particularmente (en comunidades) de bajos ingresos y en riesgo de ser desplazadas”.

Los miembros del taller diseñan edificios, espacios abiertos, espacios urbanos, proyectos de desarrollo comunitario, trabajos de investigación sobre el medioambiente, y ofrecen asesoría técnica a grupos comunitarios sobre alternativas de desarrollo espacial y sobre el impacto de los proyectos en el área donde conviven.

Fundado como un centro de asistencia técnica en 1998, ahora el Taller de Diseño Comunitario puede ver algunos de sus logros, tras haber llevado “la academia a la calle y la calle a la academia”.
Se han hecho realidad innumerables proyectos, entre ellos, un mosaico en la Escuela de Arquitectura realizado por estudiantes de nivel elemental, un laberinto en la escuela Parés, de Hato Rey y, últimamente, la construcción de la Casa Esperanza, en el barrio Los Bravos de Boston de Sabana Seca. También se ha comenzado a trabajar con el Museo Pablo Casals, en el Viejo San Juan, con el propósito de ampliar y mejorar sus instalaciones. Asimismo, los integrantes del taller figuraron entre los que, desde su trinchera, defendieron al Corredor Ecológico del Noreste, al presentar su punto de vista sobre el elemento arquitectónico en una zona que necesita estar fuertemente protegida.

Tampoco es de extrañar que el Taller de Diseño Comunitario haya dado su mano a la administración de la Sociedad Pro Hospital del Niño, que hace unos años buscaba reorganizar los espacios del edificio ubicado en Guaynabo. El equipo también trabajó en un diseño que permitiría atender a 60 niños de manera permanente.

Según Quiles, este proyecto “provee al estudiantado la oportunidad de aplicar la teoría en la búsqueda de soluciones creativas en condiciones presupuestarias y de códigos, a veces, sumamente limitados, sin comprometer su capacidad para diseñar. Los acerca a los clientes ‘reales’, con quienes dialogan, negocian y miden la efectividad de sus propuestas”.

Para el fundador de la iniciativa, “los futuros arquitectos y arquitectas valoran mucho esta oportunidad que los acerca a la vida ‘real’ y los confronta con los procesos mediante los cuales la gente desarrolla su cotidianidad”.

Con este tipo de trabajo, “los estudiantes se sensibilizan hacia las necesidades de los otros”, señala Quiles, quien añade que, “desde la perspectiva de la práctica, los alumnos se motivan a mirar críticamente la teoría, así como también (a) mirar la práctica profesional desde una perspectiva creativa e innovadora”.

El arquitecto Elio Martínez narra que los estudiantes que entran al proyecto saben que es voluntario. “Ellos y ellas tienen que costearse todo, pero la diferencia con la universidad es que aquí sus proyectos terminan en algo real que sirve a la comunidad. Es como un despacho de arquitectos: se discute y se ve lo que la comunidad quiere o no”.

Martínez expresa que el taller que dirige pretende ser un apoyo “para que las comunidades se apoderen del espacio público y que puedan autogestionarse”. Igualmente, revela que hay varios proyectos en marcha, “muchos en proceso o que estamos peleando con algún alcalde o con la legislatura”, otro de los desafíos de este grupo de estudiantes-arquitectos que buscan que las comunidades puedan contar con las herramientas para conquistar el espacio público.
Porque, como afirma Quiles, “el taller es más que un centro de servicios; busca equipar a las comunidades con las herramientas necesarias para diseñar sus proyectos y elaborar estrategias para afrontar propuestas que les afectan como grupo”.

Es, en definitiva, un esfuerzo participativo de unos y otros. Los primeros ofrecen sus conocimientos, los segundos conquistan y, de esta forma, cuestionan la manera “convencional” de cómo se ejerce la profesión de arquitecto, muchas veces elitista.

“Muchas veces, se valora más la apariencia que el contenido”, explica Quiles, como diciendo que detrás del frío hormigón hay seres humanos...

Por Leoncio Pineda

Más en la edición #3 de alterNativo©.