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  POR LOS PUEBLOS
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Barranquitas: cruzando La Plata en bicicleta
Un grupo de ciclistas, en condiciones algunos y otros no tanto, se reúnen frecuentemente en la Plaza de Barranquitas para dar un recorrido por el pueblo. / Foto por: Carlos Carrero

Carlos Collazo Berríos

Eran las 12:30 de la tarde del lunes 17 de febrero. Nos encontramos en el Destacamento de la Policía Estatal en Cedro Arriba el alcalde de Barranquitas, Francisco “Paco” López; su ayudante especial, Jessica Berríos; el director de la Liga Atlética Policíaca, Ramón Quiñones, y el que les escribe, Carlos Collazo, director del Comité Pro Reserva Natural Cañón las Bocas. Teníamos una gran sospecha de que iba a ser un gran día y no nos equivocamos.

Comenzamos la ruta cruzando el barrio Palomas de Comerío, por la carretera PR-779, pasando por la Parroquia San Andrés y el centro comunal. Al bajar a hacia la intersección de la carretera PR-156, ya podíamos ver el espectacular paisaje panorámico del pueblo de Comerío. Era como bajar a una dimensión de la vida en el campo pintada de colores brillantes que nos obligaba a detener nuestras bicicletas para respirar ese nuevo aire en contacto con el entorno natural.

Conversamos sobre el compromiso que tenía cada cual de darle la oportunidad a los niños de ejercitarse mediante el ciclismo, con un enfoque ecológico y en un ambiente familiar. Entre anécdotas jocosas, revisamos nuestras notas sobre la ruta, nos hidratamos y emprendimos nuevamente el viaje.

Escenas pintorescas de pueblo pequeño nos fueron reveladas. Un matrimonio en su balcón desgranando gandules, jóvenes ciclistas caseros, niños señalándonos con aire festivo, y una viejita que, regando las plantas con una manguera, no dudó ante nuestra solicitud de que nos regalara un poco de agua. Nos pegó la manguera y fue un oasis fusionado con las risas de los ciclistas. Ya en la PR-156, continuamos hacia la izquierda para bordear gran parte del Río La Plata con una impresionante vista hacia la antigua represa.

Pasar por Comerío y no ver la represa es como ir al Viejo San Juan y no ver El Morro. Esa impresionante estructura pionera de la energía hidroeléctrica nos invitó a la fotografía, aunque fuera con un celular. Frente a una imponente montaña como antesala al río, hablamos de cómo Puerto Rico fue desforestado en un a 70% y cómo hoy sus bosques han ido recuperándose. Hablamos de especies de árboles, de aves nativas, del encuentro de rocas con el río bravío. Uno de nosotros se cayó, pero es secreto de estado revelar su identidad. Así que continuamos por la carretera PR-167 hacia el desvío que conduce al puente atirantado en Naranjito. Ante nuestra mirada atónica, un perro voló literalmente por el impacto de un automóvil conducido a toda velocidad. Experiencia que nos recordó que no somos inmunes a accidentes, y que el exceso de confianza es nuestra enemiga. Llegar al puente atirantado en bicicleta es otra cosa. Pedaleando en fila india y a una velocidad armónica, nos embargó un sentimiento de isla caribeña ante el impresionante espectáculo que nos brindó el Lago La Plata. Gracias al ciclismo puesto en acción, todo el panorama se transformó en una imagen en movimiento y tridimensional.

Ya de regreso, nos desviamos para tomar el nuevo puente de Comerío con una vista espectacular de todo el centro urbano, cual pintura de Van Goh. Desde el puente, apreciamos toda la majestuosidad de un pueblo en progreso. La distancia de la ruta recorrida fue de aproximadamente 27 millas. Hace muchos años, y para muchos, llegar a Bayamón vía Comerío era como ese paso estrecho entre las montañas de un pueblo atrasado que era la antesala al área metropolitana.

Recuerdo mis viajes en guagua por este pueblo sin aparentes posibilidades a bordo de la “Flecha Vengadora”, el transporte público que bordeaba por carreteras peligrosas y angostas. Era como ese mal necesario para llegar a la supuesta civilización. Hoy, la realidad es otra. Utilizando la bicicleta como medio de transporte y de recreación, fuimos testigos de un pueblo transformado. Tomando como marco sus tradiciones, sus barrios, su buena gente, sus montañas y bellezas naturales, hoy Comerío se nos presenta como un pueblo campestre sin millas de oro, sin edificios sembrados a sus anchas, sin grandes urbanizaciones, pero definitivamente un gran pueblo sin pretensiones de querer ser parte del área metropolitana, sin necesidad de un mar de cemento para proyectarse al mundo como un lugar ideal para disfrutar el turismo interno y ecológico.

Por Carlos Collazo Berríos