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¡Pícalo gallo!
 / Foto por: Miguel Maldonado

“Conozco muchos barberos que son galleros, pero estilistas creo que yo soy el único”, se ríe Orlando Santos, amante de las peleas de gallo desde los ocho años de edad.

“A este deporte por lo regular uno llega muy joven porque es parte de su ambiente de crianza. Yo me crié muy cerca de él, todos los vecinos de la finca de mis papás eran galleros. Fue mi madre la que me regaló mis primeros gallos. De allá para acá me he dedicado a su crianza. Esa es la parte del deporte que más me apasiona: la crianza mucho más que la pelea en sí. La pelea es un instante. La crianza es toda una vida”, afirma Santos, quien en la actualidad es dueño de más de 500 gallos.

Santos debe haber jugado sus gallos en la mayoría de las más de 125 galleras activas de la Isla que el turista puede visitar. A la salida del Aeropuerto  Internacional de Isla Verde cerca del sector hotelero se encuentra el más prominente de estos centros: el Coliseo Gallístico de Puerto Rico donde se citan galleros internacionales que optan por la gallera en lugar del casino. En todas las galleras se apuesta de manera legal, segura y diversa, cantidades pequeñas y grandes.

Entre la tradición y el conflicto

Un estudio enjundioso de las peleas de gallo nos obligaría a remontarnos a la época antes de Cristo cuando los gallos de pelea eran considerados aves sagradas. Después de Cristo, la historia nos remonta a Julio César como el primer ciudadano romano entusiasta de los gallos y responsable de introducir las peleas a Roma. Ya para el siglo 16 es al Rey Enrique VIII a quien se le atribuye ponerlas de moda. En  Estados Unidos, el deporte de los gallos llegó a ser  favorito de presidentes  como George Washington, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln. El ejemplo más claro de que las peleas de gallo han vivido siempre entre la dualidad tradición-conflicto es tal vez el de Francia, donde llegaron a estar tan arraigadas que el gallo de pelea fue emblema nacional. En la actualidad son ilegales y se realizan clandestinamente.

Las peleas de gallos llegan a nuestra región caribeña a través de los españoles con la colonización. Con alzas y bajas, favores y protestas, éstas se han mantenido vivas desde entonces y hoy se les reconoce oficialmente como el Deporte Nacional de Puerto Rico, que deja al fisco más de $50 millones anuales y genera unos 50,000 empleos.

Aquí la tradición ha sobrevivido todos los intentos de prohibición.  Contrario a otros países, en Puerto Rico la pelea de gallo es legal y está regulada por el Departamento de Recreación y Deportes.
“Este es el deporte más legalizado y mejor cuidado en el país”, sostiene Juan Eliezer Caraballo Cruz, juez de valla de la gallera Kresto y Denia en Ponce. “Aquí, contrario a otros países, velamos no solamente por el gallo sino por la pureza del deporte. No hay maltrato, no hay crueldad, el deporte es limpio y nadie se sale de la raya. Esa ha sido mi experiencia en más de veinte años en el deporte”.
A posibilidades de jugadas sucias o corrupción, Caraballo Cruz reacciona frunciendo el ceño. “Este deporte está tan bien regulado que no conozco a nadie que se arriesgue a perder su licencia o su reputación. Eso sería tener que abandonar el deporte y el que se mete en esto no quiere salir nunca”.

El espuelazo
Conocidas también como el deporte de los caballeros, las peleas de gallos no han estado exentas de protestas e intentos oficiales para declararlas ilegales.

Se les llama deporte de los caballeros porque se apuestan grandes sumas de dinero verbalmente. La sola palabra, es garantía para que al final de la pelea se cobre la apuesta. Ese antiguo y estricto sistema de honor, sin embargo, ha vivido en conflicto con el estigma de ser una empresa fundamentada en el maltrato de los animales. Los defensores de este deporte afirman que ellos sólo le dan forma y mantenimiento al instinto animal, naturalmente fiero, de sus gallos de pelea.

“Ese es su instinto. Hay pollos que hay que separar de sus propios hermanos bien temprano, a veces hasta de un mes nacidos, porque se picotean la cabeza hasta abrírselas”, subraya Santos.
El maltrato, aduce, sería coger un animal naturalmente manso y obligarlo mediante un cruel entrenamiento a pelear con otro animal. Según los galleros, ellos dan curso y perfeccionan la naturaleza, no la alteran.

Por otra parte, a los que rechazan las peleas de gallo como deporte porque lo definen como algo que no se estudia, no requiere disciplina, ni conlleva el desarrollo de destrezas y habilidades humanas, Santos le sale al paso.

“Este deporte conlleva todo eso: se estudia, requiere estricta disciplina, conlleva el desarrollo de destreza tanto del gallo como de su criador y está totalmente reglamentado como cualquier otro deporte”, indica.

La posta y las apuestas
Por encima de las apuestas generales está la más importante de todas: la posta. Se trata de la cantidad establecida entre los dueños de los gallos para concertar e iniciar la pelea. La posta generalmente fluctúa entre $100 y $1,000 pero puede ser menos o más.

Ésta no obliga al público, que puede apostar lo que quiera y cuando quiera. Las apuestas son diversas y complicadas. De hecho, si usted se pone a observar ese fenómeno fascinante – tan espontáneo como formal – se pierde la pelea.

Los gallos de pelea se clasifican por raza, color del plumaje y peso. En todos esos elementos pesa su genética, los cruces de líneas, su cría y su entrenamiento, que consiste en grandes carreras y vuelos. Pero son el pico y la espuela las que determinan la pelea. Un picotazo certero o una espuela bien usada pueden dar al traste con cualquier ejemplar bien criado no importa cuánto pedigrí tenga o cuánto dinero haya costado.

Las apuestas pueden hacerse antes de la pelea tomando como favorito al gallo o a su criador. Algunos le apuestan a la consistencia física del animal o a su bravura. Otros a sus colores o su actitud de combate.

Pueden hacerse hasta el final y basta un gesto de cara o mano para hacerla buena. Una de las apuestas más curiosas se da bien entrada la pelea. De pronto, usted ve a alguien apostando a favor de un gallo que se ha quedado quieto en el piso y piensa que se volvió loco. Pero no. Ha estudiado bien el gallo y apuesta a que se levanta y elimina a su oponente. Esas apuestas son las más arriesgadas y también las más interesantes.

Un espectáculo
Si decide visitar una gallera sepa que tiene que pagar una entrada igual que en cualquier espectáculo. La misma fluctúa alrededor de los $8. La gallera, igual que un coliseo tiene su zona de valor añadido como puede ser una buena barra y unas frituras típicas. De ahí la renta del dueño de la gallera.
El escenario para las peleas consiste en un palenque, arena o redondel alrededor del cual se ubican el público y los galleros. Es como un mini circo romano donde la dinámica es de gritos, arengas, golpes en la lona y apuestas a diestra y siniestra.

Se necesita gran agilidad mental para atender el ritmo acelerado de la pelea y no perderse el resto del espectáculo: el del público. A las peleas asiste todo tipo de persona, trabajadores, ejecutivos, adultos y niños, hombres y mujeres, pobres y adinerados. Y todos actúan e interactúan. Si quiere ver un buen perfil puertorriqueño, la gallera es el sitio.

Las reglas y el combate
Por reglamento, las peleas no pueden durar más de catorce minutos y no pueden celebrarse más de 35 en un día. Hay carteleras diurnas, vespertinas y nocturnas que no pueden sobrepasar la medianoche. Todas las que se celebren después de las 12 de la medianoche serán consideradas clandestinas y sujetas a multas.

Existen dos jueces en cada pelea, el de inscripción y el de valla, quien es el que corre la pelea en la lona y el único que puede intervenir para detenerla. Los dueños pueden solicitarle al juez de valla que pare la pelea si entienden que su gallo está indefenso o “recibiendo mucho castigo” como es común escuchar.

El hecho de que en Puerto Rico las peleas de gallo sean legales y reguladas por el gobierno evitan el exceso de sangre y crueldad en el combate. Hay países donde son clandestinas y hay todo tipo de truco para vencer al adversario, desde “untar” el animal en aceite para que el oponente resbale hasta sustituir las espuelas con cuchillas y metales.

Antes de la pelea se da el pesaje. Un gallo debe pesar entre 2 y 3 libras y se casa con uno de su misma categoría; aunque de vez en cuando hay peleas de gallos de más de 4 libras. Luego del pesaje se exhiben los ejemplares en jaulas rústicas donde el público los puede observar y hacer su selección para las apuestas. Ya pesados y enjaulados los dueños pierden contacto con sus gallos hasta el momento de prepararlos o “armarlos”. Se les arma cortándole sus propias espuelas y pegándole unas artificiales. La espuelas son iguales para todos pues las suple la misma gallera ($5) pero hubo épocas en que quien más dinero tenía mejores espuelas podía pagar y por ende ganaba la pelea.

Un gallo de pelea tiene que mostrar valentía tanto al momento de ganar como de perder. Un gallo que al momento de ganar no tiene actitud ni aptitud para seguir peleando puede ser descalificado igual que si un gallo al momento de perder “corre por la lona como una gallina” recibirá el desprecio y la burla del público.

Por Graciela Rodríguez Martinó

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