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  ARTE Y CULTURA
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Elizam Escobar. / Foto por: Adrián Pons

Elizam Escobar nació en Ponce en el 1948, pero enseguida aclara que no padece de la “ponceñitis” o regionalismo extremo de los hijos de esa ciudad.

Asegura que no conoció de la tal característica de los ponceños hasta que llegó a enseñar a la Escuela de Artes Plásticas en el Viejo San Juan hace unos diez años y le preguntaban, como quien hace un reclamo o una advertencia: “¿Tú eres de Ponce?”.

De sus primeros años de vida en la ciudad sureña, destaca uno de sus símbolos -los vejigantes-, que lo retratan de cuerpo entero. “De chiquito me impresionaban, era algo mágico”, relata con la misma admiración que la rara figura debió causarle al niño de escuela elemental que era. Pero como buen ponceño, un día se vistió de vejigante y fue parte de ambiente carnavalesco de la ciudad y algunas travesuras hizo.

“La imagen del vejigante siempre ha sido muy importante para mí, es un personaje más mitológico que folklórico. El perfil del vejigante de Ponce es de un chivo con cuernos, pero tiene alas de murciélago. Es una figura que tiene que ver con la siquis del puertorriqueño. Para mí es paralelo al minotauro, mitad humano, mitad animal. Un injerto entre la naturaleza y el hombre en el sentido de lo misterioso, de lo trágico, de lo que tiene (el ser humano) de animal dionisíaco”, explica con el tono de maestro que es.

Cuenta que la imaginación del artista en que se convertiría también se nutría de los paquines o cómics. Su primer encuentro con el arte fue mirando esas páginas de folletos a colores que relataban aventuras y vidas espectaculares de personajes de ficción. “Hacíamos dibujos inspirados en los paquines, le teníamos cierta admiración” y cuenta que una vez hizo un paquín con su primo Mario César.

Su primer conflicto con la autoridad inició en el reporte de las notas: “Se la pasa dibujando”, se querelló una maestra que hoy se tragaría sus palabras si se las recordaran.

Por suerte, la querella de la maestra de Ponce no tuvo mayores consecuencias y Elizam siguió dibujando de todo. Participó en el programa de televisión “Dibujando con Kiki” y por los dibujos que envió se ganó, en dos ocasiones, dos cámaras de fotografiar modelo “Brownies” de Kodak.

“Después de eso no me he ganado nada”, dice y se ríe. Seguro que no está contando la estatura de héroe nacional que le dieron sus casi dos décadas de encarcelamiento como preso político. Con esa experiencia el País lo ganó para sí –enorme, incalculable– y él ganó una introspección sobre el arte y su relación con la sociedad y la política que finalmente se tradujo en espectaculares y profundas pinturas que lo colocan entre los mejores de Puerto Rico.

Carreteando

La familia se mudó a Bayamón porque el padre, maestro plomero de oficio, fue en busca de los trabajos de la construcción que se estaban dando por aquel lado del país. Su mamá era ama de casa y cosía desde allí. Con ese aire que tiene entre “tierno y triste”, como dice la canción, relata que fue “el primer hijo y el primer nieto” y se ríe pícaramente como quien ofrece datos para explicarse.

La advertencia hecha por la maestra aquella de que se pasaba dibujando, por suerte no preocupó a nadie en su casa ni a sus otras maestras. Recuerda a una, de apellido Cordero, de Bayamón, “que auspició mucho el talento mío” y junto a otro alumno hicieron una escenografía en tiza sobre un cañaveral que les ganó otro premio. Otro, además de los de Kiki.

“Pero yo lo que quería era diseñar zapatos. Los zapatos dicen mucho de la personalidad, los zapatos y los sombreros”, y suelta una carcajada con una mirada de gato que se comió un canario.

A la Universidad de Puerto Rico llegó en 1967, en medio de la efervescencia que había allí a finales de los años 60 y principios de los 70. Llegó y aterrizó en el Departamento de Bellas Artes de la Facultad de Humanidades.

“Ya, para esa época, yo pensaba que el arte tradicional, la escultura, la plástica, eran cosas del pasado, de espacios de museo. Lo que me interesaba era (ilustrar) las revistas, por la influencia de los paquines”.

Y desde entonces, poco a poco, con las ilustraciones fue acercándose a ese lugar que cambiaría su vida.

“Hacía dibujos para las publicaciones de la Liga Socialista; fueron las primeras cosas mías que se publicaron”.

La función de esos dibujos cambió su ideología o su ideología cambió por la función de los dibujos.

“La influencia política era más importante que la cuestión artística. No podía ver la actividad artística desligada de la lucha política”.

El país ya tenía, en sus pintores de la generación del 50 -Homar, Tufiño, Torres Martinó- un grupo de artistas que pusieron su arte al servicio de los suyos desde la División de Educación de la Comunidad (Divedco) y desde el Centro de Arte Puertorriqueño.

“Tenían cierto compromiso con la sociedad”, dice.

“¿Cierto compromiso nada más?”, preguntamos.

“Bueno, Homar hacía sus caricaturas políticas fuera de allí y los otros sus trabajos”.

Cree que el responder a una política gubernamental que se impartía desde la Divedco les limitaba.

“El arte no puede ser un mero instrumento ni de la política ni de ninguna otra disciplina”, dice hoy como si nada, pero llegar a ese convencimiento fue parte de la introspección que se dio en los casi 20 años de encarcelamiento donde publicó el libro Los ensayos del artificiero. Más allá de lo político directo y el Post-Modernismo (1983-1993).

Siendo estudiante universitario y militante político se cuestionó el compromiso de los artistas.

“Dentro de la política y la lucha de clases, declararse artista era ser elitista. Sentía hasta sentido de culpa por el privilegio de ser un artista. Era muy complejo.”

Pero se mantuvo militando y se mantuvo pintando y se mantuvo pensando.

”Veía muchas contradicciones, iba a los apartamentos de artistas y veía que les gustaba Monet y yo pensaba que el arte debía ser político, realista”.

Después de su arresto en abril de 1980 tuvo mucho tiempo para reflexionar “profundamente sobre la práctica de las artes y la actividad política. No tenía apego a la obra individual, íntima”.

Por medio de lecturas de autores marxistas, entre otros, entendió, dice, el nivel simbólico y estético del arte. “Es necesario para darle sentido a la humanidad y es (el arte) otro tipo de interpretación y presentación de los conflictos humanos”.

“El arte no es para probar nada, ni para convencer a nadie.”

De maestro

Hace diez años ejerce como profesor en la Escuela de Artes Plásticas en San Juan. Ahora le toca a él evaluar a los “que se pasan dibujando”.

No le gusta decir que tiene fe, “para que no se mal interprete”, pero habla con mucha “esperanza” (que tampoco quiere decirlo así) en la generación de artistas actuales.

Habla con marcado entusiasmo de la “efervescencia cultural artística” actual entre los estudiantes, de su deseo de conocer la historia, de la militancia manifestada para defender su Escuela de la Ley 7 de Emergencia Fiscal.

“A nivel de estudiantes del mundo, no hay nada que envidiar. Hay potencial. Son artistas que se proyectan con mucha fuerza”.

Pero advierte: “No se trata sólo de desarrollar talentos, sino de pensar, ser un pensador desde el arte”.

Por Laura Candelas

Más en la edición #8 de alterNativo©

Palabras claves

• Carnaval de Ponce

• Vegigante

• Lorenzo Homar

• Rafael Tufiño

• Torres Martinó

• Divedco