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/ Foto por: Ricardo Alcaraz |
Dejemos la urbe. Esa urbe que nos distancia del contacto con la naturaleza. La ciudad a la que, cada día, se desplazan familias o individuos que muchas veces terminan enajenándose del entorno natural. También olvidemos la playa. La misma en la que dominan los deportes acuáticos y que es el escenario postal del Caribe.
Este viaje es diferente. Propongo, primero, un viaje en que no tengamos una relación mediática con la naturaleza. Hoy, esa naturaleza es el fin último de viajar o visitar espacios naturales. Y se vuelve diferente porque ésta no es la norma. Nada más basta echarle un vistazo a las áreas naturales protegidas de la isla un domingo: los bosques, las reservas naturales, los refugios de vida silvestre, entre otras. La excepción serán aquellas personas que las visitan con el fin de conocer, explorar para descubrir sus misterios, sus detalles, disfrutar de las particularidades que conforman su identidad ecológica y, a partir de ello, construir un sentido de lugar que nos signifique como fin y no sólo como medio.
Entonces, nos desplazamos. Nos adentramos en otro paisaje: el de nuestros bosques. Los bosques a los que se expusieron los primeros humanos que se establecieron en la isla eran distintos a los que explotaron los españoles durante el período de la colonización. Igualmente, los cambios en el paisaje que resultaron del cultivo intensivo de plantaciones de caña de azúcar en los valles y colinas de las costas de la isla, así como de café, tabaco y frutos menores en la zona de la montaña, provocaron un paisaje muy distinto, carente casi en su totalidad de bosques.
En esa época, el relieve y su cobertura vegetal se caracterizaba por cultivos y pastos que poco a poco fueron desarrollándose nuevamente en bosques jóvenes luego de una marcada disminución en la extensión y la intensidad de la actividad agrícola durante la primera mitad del siglo XX. En la actualidad, más de una tercera parte de la superficie de la isla de Puerto Rico está cubierta por bosques de distintos tipos y en diversas etapas de desarrollo y recuperación.
En ellos habitan miles de especies de animales y de plantas que se distribuyen desde el suelo y entre las raíces hasta el dosel que forman las ramas más altas de los árboles. Precisamente, la forma de vida fundamental de un bosque son sus árboles. En Puerto Rico, hasta ahora, se conocen 750 especies distintas de árboles, 547 de ellas nativas cuya existencia responde a procesos naturales, sin la intervención humana, que comenzaron hace 30 millones de años.
La fecha trasciende la existencia de seres humanos en Puerto Rico, pero se deduce de la evidencia fósil más antigua conocida en referencia a la flora de la isla. Con el pasar del tiempo y como resultado de las actividades humanas, de las especies de árboles en el país se sabe que 203 fueron introducidas, la mayoría de regiones tropicales de América, Asia, África y Australia; 118 están naturalizadas, porque se reproducen por su cuenta; y 16 de éstas se consideran muy comunes y en algunos casos muy notables y evidentes en nuestro paisaje, particularmente durante su floración. Comencemos este viaje asombroso por la naturaleza, el otro placer boricua...
Bucayo (Erythrina poeppigiana)
Si transitan las carreteras principales y secundarias de la zona montañosa, en particular la región que comprende los municipios de Adjuntas, Lares, Utuado, Jayuya y Maricao, durante febrero, notarán la elocuente presencia del árbol de Bucayo.
Las flores del Bucayo son de un intenso anaranjado pastel y tonalidades rojizas. El árbol alcanza, en muchos casos, sobre los 70 pies de altura, por lo que la floración sobresale de forma impresionante del resto de la vegetación.
Florece entre enero y marzo, seguido de la pérdida de las hojas del árbol, hecho que lo hace visualmente más notable. Esto ocurre coincidiendo con uno de los períodos de sequía más prolongados del año, como un mecanismo natural para conservar agua. Las hojas del Bucayo transpiran y en el proceso evaporan parte del agua que las raíces obtienen del suelo.
Como todas las flores, las del Bucayo también tienen el propósito de atraer intermediarios con el objetivo de propiciar las relaciones sexuales (de lo cual depende su reproducción). Verle de cerca es otra experiencia maravillosa: atraídos por la flor llegan cientos de aves a consumir el néctar del interior de sus flores, el agua que acumulan y a los insectos, que también son atraídos por el dulce y el aroma. Esta es una oportunidad excepcional para observar muchas de las especies de aves residentes y migratorias que habitan la zona montañosa. Las flores no duran mucho tiempo, pronto comienzan a caer y formar en el suelo una formidable alfombra de flores anaranjadas de tonos rojizos.
El Bucayo es un árbol introducido de América del Sur, probablemente nativo de las laderas bajas de la cordillera de los Andes en la región que comparten Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil. También es común en México y América Central donde se utilizó, al igual que en Puerto Rico, como sombra para cultivos de café y cacao y como postes de cercas vivas para contener el ganado.
Si viajas por la zona del Bucayo durante el período de su florecida, de seguro la experiencia será inolvidable. También tendrás la oportunidad de conocer una muestra extraordinaria del paisaje agrícola de la Cordillera Central de la isla, en particular el cultivo de café, cítricos, guineo y otros frutos menores. Además, dependiendo del transcurso del viaje, podrías visitar alguna de las cuatro reservas forestales más importantes de la región: Bosque de Toro Negro, Tres Picachos, Maricao y Río Abajo.
Roble blanco (Tabebuia heterophylla)
En otras regiones de la Isla, y durante abril y mayo, florece el Roble blanco, una especie de árbol nativo de Puerto Rico, la isla de La Española y las Antillas menores, cuya florecida en zonas donde es muy abundante resulta un espectáculo natural impresionante que transforma el paisaje con millones de flores de blanco y rosado.
El Roble en flor es notable donde quiera que esté: en la zona urbana o disperso en la campiña. Sin embargo, en la Sierra de Cayey, y particularmente en la zona que atraviesa la autopista PR 54, entre los municipios de Caguas y Salinas, y desde las carreteras que comunican el municipio de Cayey con Caguas, Aibonito, Guayama y Patillas, el Roble blanco es una de las especies más comunes y, en algunos casos, supera por mucho otras especies de árboles.
Estas zonas fueron terrenos donde se cultivó mayormente café y tabaco y que luego fueron convertidos a pastos para el ganado. Al disminuir la extensión e intensidad del pastoreo, la vegetación fue retornando y los bosques recuperando su espacio en un proceso gradual en el que el Roble demostró estar mejor preparado y capacitado para aprovecharlo.
Un árbol de Roble produce, según los estudiosos en la materia, hasta 21,000 semillas en promedio, cada una contenida en una finísima lámina de ala ancha que con la más mínima brisa se transporta por los aires con asombrosa facilidad. Este mecanismo le atribuye una adaptación que le permite competir con ventaja sobre muchos otras especies que con toda probabilidad en las etapas iniciales del proceso de recuperación del bosque no contaban en la zona con una fuente de semillas que comparara en abundancia.
Además, se afirma que el Roble es una especie resistente a condiciones adversas o extremas asociadas al suelo y el clima. Utiliza muy eficientemente los nutrientes disponibles inclusive en suelos que fueron objeto de explotación intensa provocando su deterioro y pérdida de nutrientes esenciales.
La florecida del Roble es también una oportunidad única que no debe pasarse por alto si se anda en busca del placer del asombro cuando se viaja en Puerto Rico.
Flamboyán (Delonix regia)
Árbol muy evidente en nuestro paisaje. Florece en junio, julio y agosto, luego del primer periodo estacional de lluvias del año.
Es un árbol introducido de la isla de Madagascar, al sureste de África. Llegó a Puerto Rico hace más de 200 años, y debido a sus vistosas flores, le imparte un dramático contraste de color anaranjado, rojo y, en algunos casos, de amarillo intenso, que resulta de una variación genética.
El árbol es común verlo en parques, caminos, carreteras y cerca de las casas en el campo. Su imagen en flor se destaca en casi todas las representaciones del paisaje de Puerto Rico, plasmadas en fotografías, pinturas, serigrafías, postales, poemas y canciones populares. Podría entenderse como un árbol símbolo y probablemente el más común del imaginario paisajista en el folclor puertorriqueño.
Sus flores son una indicación de la estación del verano, pero también destacan a la distancia el curso por donde discurren caminos y carreteras en montañas y valles. Los camineros, personas que por más de un siglo trabajaron contratados por el gobierno en el mantenimiento de los caminos y carreteras por toda la isla, acostumbraban a sembrar el Flamboyán en las orillas de los caminos. La razón de su siembra se debió a su rápido crecimiento y amplia copa para proteger al caminante del sol caribeño. Además, por el valor estético de su florecida. Se dice que cada casa en el campo, en la costa, en el valle o la montaña tenía sembrado en su entorno inmediato un Flamboyán.
Hoy, cuando se observa un paisaje de las montañas, en áreas despobladas y de apariencia prístina, saltan a la vista las copas masivas de flores anaranjadas y rojas dispersas en el espacio como evidencia de la ubicación de las ruinas de viviendas de otro tiempo. Viajar por la Isla en estos meses te asegura la compañía del Flamboyán donde quiera que vayas, porque no hay forma de que escape a la vista de nadie, pero conocer un poco de su historia te enriquece la experiencia y, probablemente, te permita disfrutar, ver y entender con asombro otra dimensión del espacio y el tiempo en el paisaje de Puerto Rico.
Palma de Sierra (Euterpe globosa)
Una palma nativa de Puerto Rico, Cuba, La Española y Antillas Menores. Define los contornos y relieves del paisaje forestal cada vez que rebasamos la altura de 1,500 pies (poco más de 450 metros) de elevación sobre el nivel del mar, a lo largo de la Cordillera Central y en la Sierra de Luquillo, al este de la Isla.
Y es que esta hermosa palma crece naturalmente en laderas escarpadas y suelos inestables de las montañas formando bosques casi exclusivamente de palma. Este paisaje se observa desde las carreteras que atraviesan la regiones montañosas de la isla, especialmente cuando se alcanzan los dos mil pies de elevación, particularmente en los municipios de Luquillo, Río Grande, Cayey, Jayuya, Adjuntas, Utuado y Maricao.
Con muy pocas excepciones una especie de árbol domina el paisaje forestal de la isla con tal uniformidad, dándole una maravillosa personalidad al paisaje con sus frondas de verde intenso todo el año y troncos anillados y muy rectos, que alcanzan los 19 metros de altura y van disminuyendo notablemente en tamaño a mayor elevación en la montaña.
Su inflorescencia da paso a frutos que son de particular interés a muchas especies de aves, en especial para la población silvestre de la Cotorra de Puerto Rico, que sobrevive en la sierra de Luquillo y se alimenta casi exclusivamente de esta fruta cuando está disponible.
Debido a la elevación de estos bosques, el clima que los caracteriza es muy dinámico. Las lluvias son frecuentes y en los meses más húmedos llueve diariamente. La temperatura es deliciosa y en la noche particularmente fría, sobre todo entre diciembre a febrero cuando ha llegado hasta los 40o F ó 4.4o C. La neblina es otro elemento que con frecuencia está presente en las tardes y noches en el bosque de palma de Sierra impartiéndole al escenario una belleza alucinante, perfecto para imaginar duendes.
Esta especie de palma es única de esta región del planeta, así como también son las características e identidad del entorno natural y del paisaje forestal al que contribuye con su presencia en las zonas altas de las montañas tropicales del Caribe isleño. Su presencia nos recuerda dónde estamos en el mundo y a qué altura sobre el mar Caribe.
Cuando se viaja vamos también en busca de elementos con los que nos identificamos, referencias que nos orientan, que nos significan y dan contenido a lo que observamos. En el caso de los bosques de Palma de Sierra, además de su característico y hermoso paisaje, nos brinda elementos de referencia que le añaden valioso contenido y sentido al espacio en que nos movemos y estamos conociendo en nuestro viaje.
Pero no sólo los árboles definen e imparten significado estético, ecológico y temporal al paisaje de Puerto Rico. Las aves son otra manifestación de la naturaleza que nos provoca positivamente los sentidos y nos enriquece la experiencia de viajar por la Isla. Las aves también responden a impulsos y estímulos casi misteriosos, o no del todo entendidos, que fluctúan con el tiempo. Conocer un poco de su presencia estacional, su distribución ecológica particular y sus diversos patrones de comportamiento contribuyen al contenido fascinante del paisaje que observamos.
Por Fernando Silva caraballo
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