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Andy Montañez. / Foto por: Ricardo Alcaraz |
Muchacho! La Ruta del Lechón es un banquete. Además, hay que cooperar con el colesterol. Algún domingo me he escapado para allá (carretera 184 del sector Guavate, en Cayey), cuando hay música, pero termino cantando”, cuenta Andy Montañez, quien se ríe y prueba unas frituras que amenizan su viaje. El viaje del salsero que nació en Trastalleres el 7 de mayo de 1945 y que, desde esa fecha, lo ha llevado desde el callejón La Rosa, en el corazón de Santurce, hasta las exóticas calles de Tokio, en Japón, donde alguna vez fue para cantar.
Pero este viaje, el de hoy, es en un restaurante de Piñones, no es para lo que ha vivido fuera de la isla, sino dentro. Y ahí está “Junior”, Andy Montañez, igual que siempre, con su barba a medio crecer, tomando un whiskey y saludando a medio mundo, porque medio mundo lo quiere. Será porque él no se complica y acepta tomarse fotografías con quien se lo pida. O también será por esa forma de ser que lo caracteriza. Porque el salsero tiene tiempo para todos, incluso para ese pequeño a quien estrecha su mano.
Finalmente, Montañez está sentado, y pese a que el celular interrumpe el inicio de la conversación, a Andy se le perdona, sobre todo después de que se escucha la música de la película “El Padrino” en su teléfono (una melodía que es un guiño a su último disco: “El Godfather de la Salsa”, “porque me he convertido en un padrino de los nuevos cantantes”). El se ríe y dice que tiene que ir a almorzar con su hija. Convenimos, entonces, en que el viaje hay que comenzarlo de una buena vez.
Usted nació y se crió en Santurce, en Trastalleres, un barrio típico, que tiene mucho atractivo y que posee lugares para descubrir... Fue chévere haber nacido ahí. Era un lugar residencial de trabajadores, de obreros, de donde muchos surgieron, como Herminio Avilés, primera voz de Los Panchos, Daniel Santos, Sammy Ayala, cantante de Cortijo y su Combo... Es un lugar que es cuna de artistas. Los límites de Trastalleres eran la calle Serra, la H. Todd, la calle Palma y la que ahora es la autopista que va a San Juan.
Nombre algunos sitios que lo marcaron o que visitaba con asiduidad. Recuerdo las dos escuelas que aún existen: la Rafael Hernández y la Gaetán Barbosa... Ese barrio tenía una peculiaridad, porque era pequeño, pero había de todo para la época: una farmacia, un cine (el Teatro Borinquen), para el que pagábamos cinco centavos, y un dispensario médico. Fue en este barrio donde empecé también a hacer música oyendo a mis padres y, después, participando en concursos de música.
¿Sigue visitando el lugar? ¡Pero sí ahí todavía vive mi madre! En el callejón Nueva Palma. Además, voy mucho a la Fonda de Trastalleres, un sitio donde comes económico y es tan bueno que vienen de diferentes partes. Es barato y sabroso. Y se confraterniza. Tu ves a un obrero igual que a un abogado o a un periodista. ¡Ah! Y también está el gimnasio de boxeo, para quienes les gusta...
Imagino que el Santurce de hoy es muy diferente al que usted vivió... Ha cambiado bastante. Recuerdo que en la Ponce de León las familias solían recorrer la avenida de noche, caminándola. Había muchas tiendas y en la Navidad se adornaban con motivos típicos de las fiestas. Yo tenía como 14 ó 15 años e iba con mi noviecita. Era un ambiente familiar, no había bancos, aunque sí tiendas. Y la H. Todd era un terreno baldío. El área del Bellas Artes era el barrio Bayolas. Ahí, en las casas, se organizaban bailes de marquesina. A los 16 años ya tocaba la guitarra, así es que hacíamos bohemia. Además, en la parada 18 había un parque de pelotas y una cancha de baloncesto donde Teo Cruz y Peruchín solían practicar. De hecho, yo nací en el Hospital Municipal, ahora Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR), así es que soy una obra de arte... (risas).
Era otra vida... Sí. Por ejemplo, estaba la cervecería Corona. Había muchos muchachos del barrio que trabajaban ahí. Y recuerdo que mi papá compraba un barril con llave pa’ los cumpleaños o aniversarios. Eso ya ni se ve. Imagina que íbamos caminando a la playa, al sector en donde hoy está el Marriot.
Y hoy, ¿qué lugares de Santurce recomendaría para ver o visitar? Mira, yo voy todos los días a Santurce y te puedo decir que no se pueden ir sin visitar la Placita del Mercado. Lo mismo con los museos. Pero también hay lugares que ni siquiera necesitas pagar, porque los disfrutas tan sólo con verlos, como sucede con la Escuela Central, que tiene una arquitectura preciosa que es una verdadera obra de arte. ¡Y la querían para hacer un multipisos! Mientras que ahora ahí se aprende música, pintura, escultura. Otro lugar es el Hogar de Niñas de la parada 15, donde va a estar el conservatorio de música. Imagina que yo iba a pescar cocolías o iba con las chamaquitas, porque el agua llegaba hasta ahí mismo. El colegio de niñas, incluso, todavía tiene las rampas para bajar los botes. La arquitectura de ese edificio es bellísima.
Esas rampas son el testimonio de otra época, lo poco que queda de lo mucho que ha desaparecido... Sí. Y de eso te puedo decir que en la parada 11, lo que hoy es Fine Arts, antes era WKAQ Radio. Ahí empecé a cantar y ahora no existe. Era la época en la que se hacía radio teatro. Ahí yo vi a Cortijo, a Benny Moré a Ismael Rivera. Y para poder verlos me fugaba.
Fuera de Santurce, pero siguiendo en la Isla, ¿qué lugares recuerda con especial cariño y recomendaría visitar? Luquillo, que es uno de los balnearios más lindo de Puerto Rico. Ahí tú tienes la playa, pero también la Hacienda Carabalí, donde encuentras facilidades para paseos a caballo y todo cerca de El Yunque, otro sitio maravilloso. Y tienes los quioscos, con comida sabrosa. De Luquillo también recuerdo que íbamos a cantar a un night club. Nos íbamos de gira y salíamos de Barrio Obrero en un bus alquilado. Iban dos o tres orquestas. Yo llegué a vivir en Luquillo. Mis hijos son de ahí. Y ese night club estaba en lo que ahora son los edificios Sandy Hills, encima de una piedra enorme. Iban muchísimos turistas. Luquillo siempre me gustó. Y antes, cuando era niño, papi nos llevaba, eso sí cuando había gasolina para el carro...
Andy para. Mira venir a un par de hombres que se pararon de la mesa de al lado. Uno de ellos carga un celular con cámara. El cantante se levanta y saluda cariñoso. Uno de los fanáticos, al ver la disposición del artista, confirma lo que se sabe: “Este hombre se mantiene con el pueblo siempre”.
El salsero termina con el rito y vuelve a su whiskey. Junto al vaso, el llavero que dice “Venezuela” revela su vínculo sanguíneo con esas tierras: su esposa es venezolana. Hasta ese país de Sudamérica llegó para cantar con Dimensión Latina. Estuvo tres años y medio y grabó ocho discos antes de volver a Puerto Rico. “Se me hace difícil concebirme fuera de mi isla. Yo me quedaría aquí todo el tiempo. Nunca voy a vivir en EEUU mientras pueda. Me gusta Puerto Rico, y más allá de todos los problemas, me quedaría”, confiesa seguro de sus palabras.
Y ese apego se ve en sus presentaciones, como en las fiestas patronales de Cataño y Adjuntas. Pero también en su compromiso: “Otro lugar que recomendaría visitar es Vieques”. La isla municipio, que hasta hace algunos años recibía los bombardeos de la Marina de Guerra de los EEUU, tuvo un pasado feliz.
“En Vieques yo iba a las fiestas patronales en la plaza. Yo llegué a tocar ahí. Es un lugar de gente buena, tengo muchas amistades ahí”, indica Andy, quien, como un avezado guía turístico, enumera otros de sus lugares favoritos de la isla: “En San Sebastián, está la Hacienda El Jibarito... ¡Las legumbres que te comes las siembran ellos! Lo mismo que el café. Es un lugar precioso. También están las cavernas de Camuy, un sitio extraordinario; Boquerón, que es una rumba total... Los fines de semana es... Y cómo no, el Viejo San Juan, con sus Martes de Galería, donde es extraordinario caminar y compartir. Esa es la idea, más que estar aislado en un hotel.
Un tipo de turismo que, al parecer, no comparte... La gente debe ir a otros sitios que no sean los hoteles. Van a gozar un montón, porque la gente del pueblo es otro de los atractivos que tiene esta isla. Eso, sin contar con la comida. ¡Me encanta el arroz con pollo y habichuelas, el mampostea‘o. De hecho, yo cocino y mis hijos no se quejan.
¿Alguna vez cantó una canción dedicada a algún lugar de la isla? Bueno, está “Puerto Rico patria mía”, un himno a nivel de “Verde luz”, modestia aparte. Incluso la tocan cuando los peloteros van a batear. Pero esa canción, en realidad, se llama “Quién no se siente patriota”. También está “Santurce”, que escribió Ernesto Vigoreaux. Ahí se dice que Santurce es una isla “rodeada por los mares”. Porque era un islote, como San Juan.
Una vez más, suena el celular. Se escucha, nuevamente, la música de “El Padrino”. Andy Montañez contesta, presuroso. Es su hija. El, enternecido, le asegura que ya va. Toma sus llaves y se marcha. El viaje terminó para el cantante que integró durante 15 años El Gran Combo (grabó 37 discos). Pero, de seguro, vendrán otros.
Por Leoncio Pineda
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