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Crónicas lareñas
Hacienda La Libertad, en Lares. / Foto por: Fernando Silva
Hacienda La Libertad, en Lares. / Foto por: Fernando Silva

Este año, el otro Ché que conozco (de referencia, claro) cumpliría ochenta años. Ese Ché, solidario, arrojado, aventurero y estratega a la vez, me inspira y me provoca. Luego, Lares, pueblo que me hace sentir orgullosa de mis antepasados, que con tanta valentía, en 1868, se enfrentaron al régimen español para reclamar libertad.

Escuchando hablar a otro Ché (mi vecino) de su pueblo natal, me doy cuenta de que es el municipio que más he visitado (cada 23 de septiembre), pero que no conozco nada sobre sus lugares y costumbres actuales.

El Ché lareño nos cuenta con tanta ternura de sus compueblanos, historia, poetas, políticos, plazas, museos, agricultura y sus productos, que ya no tengo duda de que es ahí donde me dirijo.

Mi vecino tiene que llegar a Lares, así es que con suerte me continuará hablando “in situ”. ¡Ah!, y me refiere a un gran lareño, amigo suyo, que  me recibirá. Se llama Alfredo González Ruiz, presidente de la Asociación Cultural Hacienda Los Torres, una organización de la que Ché es portavoz.

A las diez de la mañana del día siguiente nos debemos encontrar con Alfredo en La Linda, fonda famosa por su sazón y donde, casi por consenso regional, hacen las mejores almojábanas, una fritura de harina de arroz.

Veo la cuesta de la calle Molino, ésa que se coge a pleno sol cada 23 de septiembre para llegar a la Plaza de la Revolución. Ésa en donde me digo con humor, entre gotas de sudor y resoplidos, “recuerda lo que dijo Don Pedro (Albizu Campos): “la Patria es valor y sacrificio”.

¡Vaya cuesta! En el número 34, está la Cafetería La Linda. La mujer que nos atiende no tiene prisa, me mira y espera sin desesperos que decida mi menú. Ya Fernando ha pedido sin titubeos “dos almojábanas, por favor”. Es un alivio no encontrarme con miradas torcidas mientras decido. Y así, sin prisas, me saboreo mi almojábana con un pedazo de pollo y jugo del país. Tenían razón, son realmente deliciosas.

Alfredo me indica que el lugar tiene más de 60 años. El dueño actual, Micky, se acerca a nosotros y habla, con mucho orgullo, de su negocio. Con la familiaridad con la que otros visitantes se integran a la conversación, sospecho que para muchos es un segundo hogar.

Me hablan de su Lares. Alfredo, por ejemplo, ha dedicado su vida a servirle a su pueblo y a su patria. Es precursor del Festival del Guineo (así se le conoce en Puerto Rico a la banana), que se celebra cada mes de junio desde hace 18 años.

Al guineo, el tiempo lo transforma: verde es verdura y maduro es fruta. Definitivamente, el guineo es de los personajes principales en la agricultura lareña; es el fruto rey.

La agricultura en Lares es parte de la cotidianidad. Tal vez por eso su ritmo, su carácter y su paciencia.
La cantidad de empresas de maduración de guineo que hay en Lares es impresionante, pero los lareños también reservan espacios montañosos para cultivar café, cuyo olor se sigue mezclando, y huele también a naranjas, que en este país le decimos chinas.

Los agricultores lareños también aprovechan el espacio y siembran en bancos. Han integrando la hidroponía a sus métodos de siembra y ya tienen un centro de distribución para toda la Isla que se llama Hidrovegetales.

Pero a nuestros cronistas lareños no les basta describirnos su pueblo. Fernando y yo estábamos felices con esas miradas, escuchándolos, compartiendo, viéndoles interactuar y manifestar gestos amables y espontáneos, como la llegada de Micky con cuatro mantecados de coco en mano, elaborados artesanalmente por Juan Orta, un compueblano que los vende desde la parte de atrás de su Jeep descapotable.

Y para ellos, eso no es suficiente. Teníamos que movernos para ver los sitios que mencionaban. ¡Nos moríamos por verlos! Pero jamás esperábamos que el Ché mismo nos llevara. Seguro que dejó de lado asuntos personales para guiarnos, pero ese desprendimiento convertiría en un denominador común. Tan sólo una llamada y todo arreglado. Sin cita previa, sin protocolos, sino por la alegría del encuentro. Así son los lareños: hospitalarios y orgullosos por lo que han sido y son, con lo que tienen y lo que producen. En los colmados, por ejemplo, dedican una sección a los productos de su pueblo.
Hacemos un maravilloso recorrido. Lo bueno es que cualquier persona interesada lo puede hacer.
Visite, por ejemplo, a Eneida y Quique Alcover. Con una llamada, de seguro que se pondrá de acuerdo para una linda excursión, que puede incluir un sabroso almuerzo criollo con influencia de la cocina mallorquina. Muchos españoles de esa región se ubicaron en Lares a finales de la década 1800-1810.
En el recorrido, podrá ver los sembradíos de café, las maquinarias para procesarlo y darse un buchito del café lareño. Claro, una vez lo pruebe, querrá llevarse consigo varias porciones acabadas de empacar.

También verá cultivos de tomates alimentados mediante un sistema automático de riego individual, una técnica de cultivo importada de Israel. Igualmente, verá el sistema hidropónico construido en tubos por los cuales discurre el agua con los nutrientes necesarios para el cultivo de lechugas y cilantrillo, sin la necesidad de usar tierra. Es una empresa familiar.

De camino a un centro de procesamiento de guineos, nos presentaron a un amigo de la infancia de Ché, dueño de un taller de mecánica y ebanista por vocación. Se ve que es un experto en al arte de vivir.

La gracia y el cariño con que describe los paisajes lareños, lo hacen un fascinante narrador. No sabíamos cómo marcharnos, el bienestar nos tentaba a agarrar unos de esos sillones fabulosos que fabrica y a quedarnos la tarde charlando y contemplando el paisaje desde donde se divisa el lago Guayo, el monte Guilarte, el Cerro La Torre y el Monte del Estado, en Maricao. El compartir fue, literalmente, embriagador. Pero Ramón y Bruni, de Harinas de Lares, nos esperaban…
Finalmente, llegamos a las Harinas. No hay ninguna diferencia de las experiencias anteriores. La amabilidad y el cariño con el cual nos recibieron Ramón y Bruni nos fue envolviendo. Poseen un buen negocio, con poco personal, poca ayuda del gobierno, y mucha calidad y entrega en todos sus productos. Una empresa familiar, con dos emprendedores y tozudos dueños.
Me percato de la hora; más bien el estómago me alerta. Es que aquí se dan un lujo que en la ciudad ya no tenemos, porque llamamos lujo a lo que debería ser lo normal: el darse tiempo de conversar, de escuchar, de disfrutar el paisaje y lo que el día a día les traiga, sin limitarse a sólo hacer lo que la agenda diaria nos señala.

Don Ramón y Bruni no compran todos los materiales de los cuales están hechos sus harinas, sino que optan por sembrar la mayoría de la materia prima. No sólo procesan y elaboran su producto, sino que también lo mercadean y lo venden. Pero van un poco más allá. Bruni estará de cierta manera con usted en su cocina a la hora de confeccionar un plato con sus productos, pues ha elaborado un sencillo recetario que puede, al igual que las harinas, comprar en la fábrica-local-hogar.

Tratamos de despedirnos, son las cinco y treinta, no hemos ni almorzado (hasta ver el recetario no nos había hecho falta) y ya es la hora del regreso a la ciudad. Se está cerrando el paréntesis. ¡Pero qué va! Al enterarse de nuestro ayuno voluntario, casi como por arte de magia, ya había tres platos en la mesa con un sabroso arroz con gandules del huerto y un jugo de guanábanas acabadito de hacer. Por supuesto, la taza de café lareño no podía faltar. Ahora sí, el regreso. Pero con todos mis sentidos reactivados, tanto que hasta me hubiese atrevido a guiar. De seguro, esta vez, sin perderme... Eso lo dejé para cuando llegara a la ciudad.

Por Sylvia LLeras

Más en la edición #3 de alterNativo©.


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