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Cuando se trata de especiales, cualquier lugar es bueno para consumir... / Foto por: Ricardo Alcaraz |
La experiencia de comprar en Puerto Rico, especialmente en su vasta área metropolitana, plantea opciones muy diferentes versus lo que se advierte en otros mercados internacionales. ¿La alternativa?: explorar, o entregarse a la consabida recomendación.
En el caso de San Juan, exceptuando su inefable casco antiguo y la enorme oferta de sus espléndidos centros comerciales (una opción “estándar” pero fascinante), sería perder el tiempo buscar “un centro” donde poder adquirirlo todo.
En términos urbanos, el Area Metro sanjuanera está desparramada, como simpáticamente se comenta por ahí. Por lo tanto, el trazado capitalino (junto con sus inmediatos vecinos: Bayamón, Guaynabo, Carolina, Cataño y ciertas áreas de la vibrante Caguas) dispone de múltiples “bolsillos” comerciales, que últimamente crecen espontáneamente en los sitios más diversos.
Sobre esta base, la ciudad capital de Puerto Rico es totalmente alternativa. Hablamos de un mosaico bastante desarticulado de pequeños núcleos comerciales, con ofertas tan previsibles como exóticas.
Si busca algo específico, y no tiene mucho tiempo, es preferible que pregunte dónde hallarlo; de otro modo -si se arriesga a buscarlo por sí mismo- existe la posibilidad de comenzar en San Juan y terminar en la cima de alguna montaña (sin encontrar lo que necesita). Por el contrario, si su espíritu aventurero y su agenda se lo permiten, láncese en confianza a conquistar las calles metropolitanas.
Puerto Rico tiene fama mundial por su vasta oferta de productos y servicios (no en vano los puertorriqueños figuran en el podio mundial del consumismo), y su icónico conglomerado comercial conocido como Plaza Las Américas no sólo se proyecta como “el centro de todo”, sino que sus ventas por pie cuadrado ganan el “campeonato” de sus pares en el continente. Por esto, quizás, la Isla entera ha sido concebida por algunos -¿tremendistas?- como un gran centro comercial.
Incluso en los más recónditos parajes rurales, y cuando usted piensa que a la vuelta de la próxima curva sólo queda la nada, aparece -¡en todo su esplendor!- una moderna farmacia, un restaurante de comida rápida, alguna megatienda, una gasolinera que vende mucho más que gasolina, o un kiosco de artesanías (donde se mezclan impúdicamente artefactos boricuas, indios -de la India-, haitianos y dominicanos, entre otros insólitos orígenes).
¿Algunas recomendaciones para “descubrir” el emporio comercial de esta Isla del Encanto? Anote...
En Santurce, la legendaria y ardiente Calle Loíza, tan comunitaria en el este y tan exclusiva hacia el oeste, es un “carnaval” de negocios que satisfacen la curiosidad y los deseos de cualquiera: ropa para toda ocasión y confecciones de alta costura; chancletas playeras y zapatos de diseñador; barberos “de los de antes” y “esteticistas”; comida criolla y platos gourmet... En síntesis, clamor de pueblo llano y glamour de “jet set” en apenas 20 cuadras.
Como detalle curioso, la Loíza no sólo se disfraza de “señora cachendosa” cuando deja de ser Santurce y se contagia de Condado; también cambia de aspecto, y hasta de nombre, en el proverbial sector turístico de Isla Verde, porque allí abandona el bajuno mote de Calle y se transforma en ostentosa Avenida. Obviamente, es la misma vía de circulación, pero teñida por una multitud de tiendas montadas para el turismo, donde se conjuga lo más sencillo con lo más “chic” (incluso en los excelentes hoteles de la zona).
La pariente cercana de la Loíza es la Avenida. Ashford, una arteria que se inserta de lleno en el categórico Condado. Aquí no hay muchos sobresaltos de status, porque casi todos sus negocios responden al llamado de la exclusividad, contando con refinadas mini-galerías en sus afamados hoteles. En la Ashford se alterna la “boutique” con el “fine dinning”, casi todo lo que se ve “está de moda”, y en las terracitas de sus restaurantes se apiñan quienes se resisten a ser nadie.
Un poco más al sur, tras la “barrera psicológica” que supone la Avenida. Baldorioty de Castro, se extiende la Avenida. Ponce de León (que por el sureste hunde su trazado en la Milla de Oro, la “capital financiera” del Caribe). Esta extensa avenida y sus adyacencias (que en los años 30’, 40’ y 50’ protagonizaran la vida social y comercial capitalina) guardan todavía algunos recuerdos de tiempos gloriosos: emblemáticos edificios públicos y privados, cines, iglesias, teatros, museos, discotecas... Pero exceptuando el imponente Centro de Bellas Artes, frente al moderno conglomerado comercial Centro Europa, se ha convertido mayormente en área de oficinas; por tanto, sus escasos comercios (restaurantes informales, farmacias, cafeterías) atienden mayormente al público diurno.
Muy distinto panorama se advierte en el tramo de la Ponce de León que atraviesa el tradicional sector de Miramar, sede del espectacular Conservatorio de Música, Fine Arts Cinemas y varios pequeños e interesantes negocios, donde sigue surgiendo una oferta gastronómica de primera calidad.
No obstante, sería indigno pasar por alto lo que sucede un poco más al norte de la intersección de la Avenida. Ponce de León con la Calle Canals. Allí, casi escondido, late el insólito ritmo que impone la Placita del Mercado, un antiguo edificio rodeado hoy por infinidad de restaurantes y barritas, a cuál de todas más divertida y atractiva.
También vale la pena aludir en esta ocasión a la Avenida. Roosevelt y sus calles inmediatas. Se trata de una coqueta y extensísima vía de circulación que discurre entre Hato Rey y San Patricio, exhibiendo una activa vida ejecutiva y comercial, con multiplicidad de reconocidos negocios.
El caso de San Juan, de una u otra forma, se repite en los mayores conglomerados urbanos de la Isla (Ponce, Mayagüez, Arecibo, Humacao...), y da pie para pensar que comprar en Puerto Rico equivale -en gran medida- al arte de la tauromaquia: para encontrarse al toro de frente, y obrar con maestría, hay que tomar la alternativa.
Por José Julio Balmaceda
Más en la edición #6 de alterNativo©.