Rosemarie Vázquez
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Siga las señas... y llegará a Aguada. / Foto por: Millie Reyes |
En la época de la conquista, La Aguada era el lugar donde los marinos se abastecían de agua dulce y víveres para sus travesías. Hoy, el pueblo de Aguada nos brinda una diversidad de lugares gastronómicos para deleitarnos el paladar.
Barrio Guayabo... Deleite
Comenzamos nuestra travesía, en búsqueda de estos tesoros, en el barrio Guayabo, en la PR 115 que conecta con Rincón. Allí, encontramos comida mexicana (El Tapatío); comida vegetariana (Zona Natural); pescado y carne fresca (Guayabo’s Tropical Sunset); dulces típicos, frappés y limbers naturales de todos los sabores como maní o frutas con pedazos congelados (El Original, kiosco de la PR 115); y la Sangría Vilo -netamente aguadeña-, entre otros establecimientos que se encuentran en el lugar.
Barrio Guaniquilla... Desembarcando
Pasado un puente, encontramos la salida hacia la PR 441 a la izquierda. Todos los caminos conducen a la playa. El balneario Pico de Piedra, utilizado ampliamente como ambiente familiar o ambiente nocturno, también cobija a los surfistas cuando los vientos favorecen la marejada. Justo al lado está la playa Table Rock, otro oasis para los surfistas de esta región. Sin embargo, el valor histórico que posee esta costa enorgullece a todos los aguadeños que defienden con uñas y dientes el que Cristóbal Colón desembarcó por estas aguas. El Santuario Histórico a Colón yace como remembranza junto a los bustos de los historiadores Salvador Brau, Eugenio González González y Cayetano Coll y Toste, quienes respaldaron dicha creencia. Pertenece al último de éstos la frase: “Por Aguada fue”. Alejándonos de la playa, el deporte del pico y la espuela nos llama. Con un “y pa’lla mi gallo” vamos derechito a la Gallera Guanina remeneándonos al recordar la plena de Mon Rivera: “Yo tengo un gallo espulérico pa’ jugárselo al de Américo”. Muy cerca de la gallera, para los que prefieren otros deportes, el Campo de Bateo es otra alternativa de recreación familiar y nocturna.
Centro urbano... De compras
Dotado de boutiques de ropa femenina, masculina y de niños, el pueblo de Aguada emana solidez económica en mano de empresarios locales. Flanes Acevedo, el Restaurante Doña Fela y 4 Aces Pub son algunos de los establecimientos que circundan la Plaza de Recreo. La historia rodea todo con una influencia neogótica que procede de la Parroquia San Francisco de Asís, cuya arquitectura asegura un rechazo a lo neoclásico. La estatua de Cristóbal Colón, en el centro, es una constante reminiscencia que reitera la teoría del desembarco del almirante genovés por Aguada. Saliendo del pueblo es menester hacer una parada por el desvió Nativo Alers a la antigua estación del tren, hoy conocido como el Museo Agrícola de Aguada o Museo Aguadeño. El afán por no olvidar lo antiguo coge vida en esta sala custodia de artefactos agrícolas, domésticos y eclesiásticos, entre otros, todos antiquísimos.
Barrio Jagüey... A la montaña
Si el hambre pica, la montaña llama. La ruta escénica al barrio Jagüey nos traslada a una nueva parte de la cadena de montañas de San Francisco. Aquí, el restaurante Plátano Loco ha creado una meca de este farináceo. Flan de plátano, sopa de plátano, sorullos de plátano, ensalada de plátano, lo que quieras de plátano lo encuentras ahí. Adyacente al restaurante, el Cafetín El Caño propicia la oportunidad de acompañar el plátano con una cerveza, o quizás un traguito.
Barrio Malpaso... Friendo frío
Cuesta arriba y cuesta abajo, de Jagüey a Malpaso, el helado frito de The Hummingbird Sweeties se siente crujir hasta en el plato. Boca hecha agua y cubierto en mano, la fluctuación de temperatura estremece el paladar.
Barrio Guanábano... Memorias a zafras
Localizado frente a la PR 2, las ruinas de la Central Coloso evocan en la memoria colectiva los años de zafras, el sudor de jornaleros, de quema, de melao y de trincheras. Esta reserva agrícola y monumento histórico fue la última central azucarera en cerrar operaciones en Puerto Rico en el año 2003.
Barrio Espinar... Ermita histórica
El cauce del Río Culebrina nos transporta a las playas de Espinar, donde los pelícanos y las gaviotas descansan en los restos de un muelle en espera a ser retratados por cuanto curioso considere ese paisaje un espectáculo. He aquí la parada para conseguir el peje fresco en la pescadería de la Asociación de Pescadores de Espinal. Antes de salir de este barrio es preciso admirar la Ermita de Espinar, construida por el Fraile Alonso del Espinar con la asistencia de ocho frailes franciscanos en el 1525. La historia rumora que éste fue un punto de contraataque de los indios Caribes, quienes en repudio al coloniaje quemaron este santuario eclesiástico entre el 1528 y el 1529. Su reconstrucción tardó, pero para el 1585 fue edificada. La ermita que está enclavada hoy es una remodelación hecha en el 1971 por el Padre Francisco Cardona.
Barrio Naranjo... Endulzando a lo jíbaro
Cocos fríos, guarapo de caña con limón, cucas, batidas de frutas, platanutres y jugo de piña acabada de exprimir, son golosinas tropicales que se consiguen en La Parada Típica. Este kiosco familiar posee una sazón jíbara de acabado de cosechar: fresco y local. Si andas de suerte, puedes conocer a Joel Ruiz, el hijo del propietario, y observar cómo gozan trabajando mientras se preparan batidas de guayaba o abren un coco. Tal vez puedas presenciar la subida de la carretilla llena de cocos o de caña proveniente del área de almacenaje. Definitivamente te complacerán tus antojos. Dejando la urbe, Barrio Naranjo arriba, respirar libre en las montañas es posible por la PR 419 y la PR 416. ¿Destino final? El Hotel Villa de la Aguada, localizado cerca del pico Atalaya, el más alto del área oeste, cuyo verdor se desborda y el aire limpia pulmones. Esta réplica antillana colonial, con sus casonas de madera, es un edén que evoca un encuentro natural.
Por Rosemarie Vázquez
Más en la edición #7 de alterNativo©.