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Carli Muñoz: pianos, decisiones y azares
Es un lujo escuchar a Carli Muñoz. Si usted se encuentra en San Juan, es muy fácil disfrutar, no sólo de su música, sino del ambiente musical-culinario que se da en su espacio en la Plazoleta Rafael Carrión en el Viejo San Juan. Sí, un lujo. / Foto por: Ricardo Alcaraz
Es un lujo escuchar a Carli Muñoz. Si usted se encuentra en San Juan, es muy fácil disfrutar, no sólo de su música, sino del ambiente musical-culinario que se da en su espacio en la Plazoleta Rafael Carrión en el Viejo San Juan. Sí, un lujo. / Foto por: Ricardo Alcaraz

Como si las teclas de su Steinway fueran su vida -de hecho, lo son-, el pianista puertorriqueño Carli Muñoz ha sabido interpretar en forma magistral un viaje musical que comenzó de niño y que siempre conllevó valorar el sendero que se traza de la mano del destino y la determinación.

No hay músicos en la familia del afamado pianista puertorriqueño Carli Muñoz (Santurce, 1948). Pero sí hubo un padre que le inculcó de niño el amor al arte y la creatividad. Por eso estaba ese piano de pared, al que de pequeño se trepaba y que de adolescente lo embrujó, tanto como la soledad y la lluvia.

Fue una época existencialista, en la que Muñoz se preguntaba muchas cosas, inmerso en una soledad que él escogió. Lo mismo que los pianos que han inundado su vida, un viaje musical que comenzó en su casa de Park Boulevard en Ocean Park, después con los dos pianos de cola de su amigo Vicente y, finalmente, con el órgano de la barra El Coquí, en Punta Las Marías.

No era una época fácil para Muñoz. En esos días, las monjas del colegio Santa Teresita determinaron que ese muchacho taciturno y soñador no era apto para estar en el plantel. Menos si se pasaba con la oreja pegada en el pupitre de madera haciendo sonidos y tocando ritmos.

Hasta que lo llevaron al psiquiatra y luego a lo que llamó “el purgatorio”: el Instituto Comercial de Puerto Rico, donde pese a todo sobrevivió gracias a que junto al establecimiento había una tienda de música con un piano de cola. “Ahí verdaderamente aprendí a tocar”, confiesa Muñoz, sentado en la sala de su casa en Miramar, donde un piano Steinway ocupa un lugar destacado.

Al evidenciar su talento, un día le instalaron un piano (un Steinway de nueve pies) en casa y fue un evento. Y como no era cualquier piano, cuando venían pianistas a tocar a los hoteles, como Roger Williams, se lo alquilaban a la familia de Muñoz.

El jazzista boricua tenía apenas 14 años, cuando ya compartía con los veteranos del jazz de los sesenta: Sabú Martínez, Joe Morello y Juancito Torres.

A Muñoz se le abría el mundo y tres años después ya era famoso en Puerto Rico con la banda Living End, que era acusada de “pervertir a la sociedad” y “revolucionar a la juventud”. En Saint Thomas, recuerda el artista, “el jefe de la policía nos rogaba que nos fuéramos”.

Y la banda lo cogió en serio. Con apenas $11 en los bolsillos, sin contactos, y con los equipos y una motora de capital, partieron rumbo a Nueva York. Muñoz tenía 16 años. Pasó hambre y durmió en la calle. Pero el éxito llegó. También las limosinas y los contratos. Se convirtieron en house band del vanguardista club Rolling Stones en Manhattan. Grabaron un disco. Hasta que en 1969 el grupo se separó.

Un día, Jack Riley, un músico amigo, lo invitó a ir a Los ángeles por un fin de semana. Se quedó 18 años. Ahí, en California, tampoco fue fácil: “Fueron tiempos duros. Con la banda nos reagrupamos, pero no duró mucho. Después tenía tres ‘guisos’ en una noche e incluso tocaba en prostíbulos para sobrevivir. Pero llegó el momento en que decidí que no iba a tocar más, a no ser que no fuera con un músico reconocido o con mi propio grupo”.

Era la época en que Muñoz comía arroz con ketchup y celebraba con arroz con huevo...

Hasta que le llegaron invitaciones de Wilson Pickett, George Benson y, finalmente, en 1970, de The Beach Boys, grupo con el que tocaría 11 años.

“Fue una vida intensa, nos divertimos mucho, también sufrimos, y llegamos a tener una estrecha relación con los hermanos Wilson”, recuerda.

En 1981 Muñoz quería experimentar otras cosas. “Tenía amor por el jazz, por lo que decidí salirme del rock.”, explica.

Al final no sólo dejó atrás a los Beach Boys, sino también a Los ángeles. Con su compañera canadiense y sus cuatro hijos se mudó a San Juan después de 20 años en los Estados Unidos, y de haber tocado jazz con figuras como Les McCann, Chico Hamilton, Wayne Henderson, Charles Lloyd y George Benson.

En su bitácora de viaje queda su banda de fusión Your Own Space y el trío con el bajista Potter Smith.

Y tal como le sucedió en Nueva York y Los Angeles, en San Juan no le fue fácil. “Resultó un ‘shock’ cultural. No era el Puerto Rico que yo había dejado. Me era difícil conseguir trabajo. Cogían miedo a mi resumé... Cuando yo dejé la Isla abandoné todo lo material. Nunca pedí ayuda a mis padres, porque consideraba importante hacerme yo mismo”.

Así fue que, gracias a sus estudios en cinematografía (grabó el primer y último vídeo musical de Dean Martin), creó una productora y pudo sobrevivir hasta que pasó el huracán Hugo, en septiembre de 1989, y destruyó todo cinco días después de que el músico había cancelado el seguro...

Muñoz, considerando el escenario, tomó otra decisión: no más publicidad y sólo música.

Así pudo sobrevivir un tiempo, hasta que abrió Carli’s Café Concierto en el Viejo San Juan que en diciembre cumple 11 años de funcionamiento y es “un oasis” para el músico que deleita a los presentes con su magia y el Steinway Gran Concierto que se ve imponente en medio del café.

Por Leoncio Pineda

Más información en la edición #7 de alterNativo©.

Palabras claves

• Jazz

• Beach Boys


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