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Nelson Sambolín, en su taller creativo, da los últimos trazos a una obra encomendada. / Foto por: Ricardo Alcaraz |
Nelson Sambolín dedicó su primera exposición a su libreta escolar, cómplice en la batalla infantil contra el aburrimiento que le provocaba el salón de clases.
Ese cuaderno tosco fue el primer confidente de sus silencios, porque desde pequeño, el hoy maestro del cartel serigráfico, se refugió en ellos para ocultar su incipiente tartamudez.
Con el paso del tiempo logró superar la dificultad del habla que sin embargo dejó su huella. El pintor confiesa su timidez, pero no es necesario que lo haga, porque el hablar pausado y movimientos armoniosos, redondean esa personalidad que contrasta con sus pinturas, rebosantes de energía, movimiento y color.
Un trazo rápido y fuerte, que desgarra el papel, es el detonante para la creación de una obra que podría inspirarse en un concierto o en las puntas de las zapatillas de una bailarina de ballet en acción. Su exposición Danzario, presentada en el Museo de Arte Contemporáneo, en Santurce, fue producto de meses de compartir lo más íntimo del quehacer del grupo de Ballet Concierto.
Al pintor se le comisionó el cartel para conmemorar los 25 años de la compañía, pero su propuesta fue rechazada. Fue un choque de visiones. Para Sambolín un cartel es una obra de arte y quien lo contrató quería un cartel publicitario. Por eso, al maestro “se le va la vida en esto” y su firma en cada obra así lo asegura.
La obra de Sambolín refleja su vida en el Barrio Coquí de Salinas, comunidad satélite de la Central Aguirre. “Todo parte de la experiencia”, comenta al explicar los rojos ardientes y los verdes intensos de la caña que se contonea al viento en un tríptico que adorna el comedor de su residencia. Al centro, predomina la figura en negro de un peón de la caña machete en mano. De inmediato explica el color: “La caña se pica después que se quema, así que los trabajadores se tiznan”.
Esta obra le tomó 35 minutos pintarla, el tiempo que duró el concierto del saxofonista David Sánchez dedicado a su hermana Margarita.
Pintar en público es un reto personal de Sambolín para vencer su retraimiento. “La improvisación es un riesgo que uno se corre”, afirma el pintor para quien no es nada nuevo pintar de manera espontánea, sin planificar, sólo que acostumbraba a hacerlo en privado.
En sus talleres también enseña a sus alumnos a valorar ese primer impulso “que debe siempre permanecer en algún punto de la pintura”. Según el maestro, esto ayuda a que los pintores jóvenes le pierdan el miedo a los materiales y a tener control de ellos.
Su sueño de niño era ser pelotero, pero dedicaba su tiempo a dibujar. No puede precisar cuándo la pintura se convirtió en su vida, “lo hago desde niño”. Estudió arquitectura, artes industriales y literatura. Cuando tuvo más créditos de los que necesitaba recibió por correo, sin solicitarlo, su certificado de graduación de la Universidad de Puerto Rico.
Luego hizo una maestría en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y aunque sólo estuvo tres años fuera de Puerto Rico sufrió la nostalgia por su patria. Transformó aquella tristeza en un cuadro que tituló “Comiéndome un cable en Nueva York” en el que representa una frase de Atahualpa Yupanqui, quien se convirtió en su bandera en el exilio: Con la esperanza delante y los recuerdos detrás.
Por Daisy Sánchez
Más en la edición #6 de alterNativo©
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